Estamos cansados de verlas todos los días, cuando entramos a cualquier página web nueva, o incluso alguna que ya hemos visitado anteriormente. Desde el móvil, la Tablet o el PC, da igual el sistema operativo o el dispositivo con el que accedamos a esa plataforma, ellas siempre van a estar ahí, y por supuesto, el dichoso mensajito que nos habla sobre su presencia. Son las cookies, nombre popular por el que se conoce habitualmente a los archivos a través de los cuales una empresa puede conocer tus pasos en su propia página web. Estas cookies llevan mucho tiempo en nuestras vidas, aunque algunos solo se han dado cuenta de su existencia en los últimos años, cuando su uso se regularizo mucho más para prevenir posibles delitos de aprovechamiento de datos o incluso de alarmas de seguridad en divesas páginas web.
Las cookies no son algo demasiado positivo para nosotros, aunque en ocasiones sí que nos ayudan a predecir nuestro paso por una web y facilitarnos el llegar a cierto punto de una manera más sencilla. Sin embargo, detrás de esta aparentemente inofensiva práctica se suele esconder una intención poco clara por parte de las propias empresas que tienen las webs en las que entramos. Y es que gracias a esas cookies, archivos de su creación pueden acabar en nuestro navegador, haciéndonos un seguimiento constante y tal vez no solo en los términos que creemos aceptar. Como cuando instalamos un programa y le damos a Aceptar rápidamente para no tener que leer todo el contrato, con las cookies también podemos ser víctimas de un peligroso juego en el que ponemos nuestros datos e incluso nuestra intimidad y privacidad en manos de empresas de Internet, sin sospecharlo siquiera.