La política siempre ha sido un auténtico juego de tronos en el que cada candidato debía buscar la mejor forma de llegar más alto, daba igual el medio o lo que hiciera falta para ello, pisando a los demás si era necesario. Cuando el poder está en juego, todo lo demás se relativiza. Como solía decir Maquiavelo, el fin justifica los medios. Y ser elegido presidente del país más poderoso del planeta por segunda vez es un objetivo que desde luego, vale mucho la pena. Por eso Nixon arriesgó todo lo que pudo y trató de conseguir la mayor ventaja posible sobre su oponente demócrata. Y aquello dio pie al mayor escándalo político que se recuerda en Estados Unidos.
El caso Watergate supuso un punto de inflexión en el país norteamericano, no solo por la importancia de los implicados y los gravísimos hechos ocurridos, sino también por lo que supuso para el periodismo de investigación, un género que siempre parecía estar a la sombra, por culpa de la manipulación de los medios y de los tejemanejes de los propios políticos. A pesar de las presiones, dos valientes periodistas decidieron arriesgarlo todo por perseguir la verdad y ofrecerla al mundo. Y lo lograron, no sin problemas, claro está. Pero el caso ya quedó para la posteridad como uno de esos avisos sobre la corrupción en el poder.
Generador del periodismo de investigación en casos de corrupción
Carl Bernstein y Bob Woodward eran dos reputados periodistas del importante medio de la capital The Washington Post. Conocedores de las extrañas tramas que habían surgido tras la detención de varios sospechosos en las dependencias del Partido Demócrata meses antes, decidieron tirar de los hilos para conocer qué es lo que realmente había sucedido allí. Para ello también tuvieron la ayuda inestimable de un colaborador anónimo, que se presentó como Garganta Profunda, y que les facilitó información decisiva para poder seguir con su investigación y desenmarañar los planes del presidente electo y su gabinete.
Irrupción en la sede del Comité Demócrata
El 17 de junio de 1972, de madrugada, cinco personas irrumpieron en la sede del Partido Demócrata en Washington D.C, la capital de la nación, sorteando las medidas de seguridad. Al notarlo, el conserje del edificio Watergate avisó a la policía y en pocos minutos, los asaltantes fueron detenidos. Ya desde el primer momento sus identidades parecían estar relacionadas con personas muy cercanas al Partido Republicano y al comité de reelección del presidente Nixon, que se presentaba por segunda vez a las elecciones en noviembre de ese mismo año 1972. Solo faltaba alguien capaz de encargarse de investigar todos los cabos sueltos que el caso estaba dejando, y de aquello se encargaron los periodistas del Post, con la ayuda de Garganta Profunda.
Garganta profunda, el nombre de su informante
Aunque tanto Bernstein como Woodward eran dos periodistas reputados con muchas y muy buenas relaciones con gente importante, capaz de abrirle puertas que para otros sería imposible franquear, el verdadero punto de inflexión en su investigación llegó con la información que les facilitó su fuente anónima, a quien dieron el nombre de Garganta Profunda. La identidad de esa fuente quedó en el más absoluto secreto hasta treinta y tres años después de la aparición del escándalo, cuando el mismo desveló su identidad en una entrevista. Era Mark Felt, un alto excargo del FBI y compañero de Woodward en la Marina estadounidense. Él conocía todos los tejemanejes del gabinete de reelección del presidente y puso a los periodistas al corriente de los mismos, dejando pistas para que ellos las siguieran.
Implicación de Richard Nixon
Los periodistas del Post llevaron a cabo una investigación apasionante que duró meses y en la que se entrevistaron con numerosas fuentes para confirmar siempre toda la información que tenían. Era algo bastante importante y cada vez que iban descubriendo nuevas informaciones se daban cuenta de que todo apuntaba más y más alto, hasta llegar a la gente de confianza del propio Nixon. El presidente, conforme las informaciones aparecían en el diario y la investigación paralela se llevaba a cabo en el Senado, trató de frenar por todos los medios la publicación de esos datos, abusando incluso de su poder al destituir y amenazar a altos cargos públicos.
Una renuncia por primera vez en la historia del país
A principios de agosto de 1974, cuando toda la información ya había salido a la luz, Richard Nixon reconoció haber obstruido en cierta manera la investigación al asalto de la sede Demócrata. Tuvo que dimitir solo cuatro días después, acorralado por todos y en el punto de mira de la opinión pública. La renuncia del presidente supuso un auténtico escándalo, porque además había asumido su implicación, aunque de manera indirecta, en el escándalo Watergate. Sin embargo, su sustituto el vicepresidente Gerald Ford le exoneró de cualquier cargo delictivo. Nixon perdió el poder pero no llegó a ser juzgado por el escándalo, que aún así, destruyó su carrera política.